4. Qatarsis

DirectTV: te conmina “¡Vive la Qatarsis!”. Aunque ingeniosa, descartemos la Q que solo evoca un Mundial de corrupción, homofobia, machismo y muerte de obreros.
Catarsis en medicina es purga, es la expulsión de las sustancias nocivas del cuerpo. Para desencadenarla basta con inocular un poco del mal que afecta al paciente y provocar una crisis tal que el tóxico se elimine. Es purificación del cuerpo.
Según Aristóteles “la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir (o ‘soportar la purificación’) al espectador de sus propias pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra,​ y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable; sin experimentarlo él mismo”.
La tragedia no es para los griegos entertainment, es religión y terapéutica. Como en el fútbol el público viene de lejos a la polis, al estadio. La multitud goza y padece con la representación de eso que, generalmente, no admite representación. 
¿Habrá lógica más humana que gozar por una intermediación?
Como si de Sófocles hasta hoy no hubiera pasado nada, “Hoy te convertís en héroe”, le dce Mascherano a Romero en 2014. Y con esa  palabra mágica, el arquero ataja dos de los cinco penales.
Aristóteles, como Freud, lee a Sófocles y afirma que el héroe tiene athe, fatalidad, hybris, exceso, hamartia, error trágico en el que persiste, peripateia, el punto en que la suerte se transforma en desgracia, tiene anagnórisis, percepción de su error y metabolé cuando algo le hace clic. Para el  público es la acción, es el acto trágico (por eso actores) lo que en verdad importa y no tanto el mythos.
La catarsis sólo es un alivio transitorio: nada se cura -para Lacan- si el sujeto no se hace responsable de sus actos y cambia su posición frente al mundo.
Y last pero para nada least, el fútbol nos ha dado un héroe trágico singular y al mismo tiempo universal. Un semidiós, un ser único tocado por lo sagrado, dotado de piernas benditas y manos divinas. Un revolucionario, un equivocado lleno de razones, hamartia tras hamartia, traicionado por sí mismo, un santo, un vicioso lleno de excesos y arrogancia, fatalidad,  mitos, virtudes y defectos morales. Cada acción suya liberaba toneladas de libido en Buenos Aires, Nápoles o Kerala. Vivió 60 años, tal vez demasiado para tanta intensidad.
Por Alicia Killner