1. Antipánico

No pienses en un elefante rosa. No hay ningún elefante rosa aquí. 
Muy bien, ahora no pienses en pánico. Antipánico. 
Se habló mucho estos días de botones antipánico, a partir del asesinato de Úrsula Bahillo, de 18 años, el femicidio número 44 en los primeros 41 días de 2021 en Argentina. Al parecer, tras 18 denuncias, el lunes la justicia había decidido finalmente darle un botón antipánico a Úrsula. Dicen que en Rojas, la ciudad de cerca de 30 mil personas donde ella vivía, hay diez botones. En Mercado Libre, cuestan 1500 pesos. Para cuando se firmó la orden de entrega, ella ya estaba muerta. 
Pero incluso si el botón hubiera llegado a sus manos, ¿cómo funciona? Lo mínimo que se espera de él es que elimine el pánico al instante. Como este famoso botón para arreglarlo todo del que habla Evgeny Morozov en su libro de 2014 To save everything, click here, una crítica al solucionismo tecnológico. ¿Se sentirá más segura una mujer con un botón antipánico en la mano? La fantasía es que funcione como una lámpara de Aladino, que con solo frotarla haga aparecer al policía. El problema es cuando los policías son la amenaza.  Úrsula fue asesinada por uno de ellos, con la complicidad de toda la fuerza: de quienes se negaron a tomarle la denuncia porque era fin de semana, de quienes corrieron a tiros a sus amigas. Úrsula es una de las 214 víctimas de femicidios a manos de policías en Argentina desde 2008, según datos de La Casa del Encuentro.
Señalaba el miércoles Noelia Barral Grigera que el botón antipánico se asocia al cuerpo de la víctima, mientras que podría ser más efectivo controlar el del acosador; por ejemplo, con una tobillera electrónica. Las víctimas no son culpables. 
En muchos casos de violencia de género, las denuncias enardecen más a los agresores. Una amiga de Úrsula denunció el domingo que el policía Matías Martínez había violado la perimetral. Al otro día, la Ayudantía Fiscal lo citó para exponerle las medidas en su contra. Él la buscó y la mató. ¿Qué distancia es segura?
No pienses en pánico.

 

2. Cagada

“Me mandé una cagada”, dijo Martínez cuando lo encontraron cerca del cadáver de Úrsula, cubierto de sangre. La frase me resultó familiar. 
El 31 de agosto de 2019, Tobías Zuchelli despertó a su abuela a los gritos: “Me mandé una cagada con Emilce”. Emilce era su novia, de quince años, asesinada a golpes en el fondo de la casa. “Me mandé una cagada, por la nena no pude hacer nada”, dijo Sergio Oliveira el 2 de marzo. La nena era su prima Guadalupe, de diez años, a quien había matado e incinerado. Las mismas palabras dijo Santiago Sosa después de acribillar a Luciana Fioretti; las envió por WhatsApp Mariano Cordi, el asesino de Valeria Coppa; las escribió Gabriel Presbiterio después de matar a su esposa, Verónica Rearte, y a su suegra, Cristina Reinoso. Fue lo que le dijo Gabriel Guevara a su hermano Pablo después de golpear y asfixiar  a su esposa, Marcela Coronel; y la frase de Mario Ruiz Díaz, tras matar a Karina Abba. Para qué aburrir. 
Una cagada. Un lamentable error. Jorge Mangieri tiró el cuerpo de Ángeles Rawson al CEAMSE en una bolsa de residuos. 
“Hay algo claro sobre la naturalización de la violencia de género entendida como un error, como un ‘me pasé de mambo’. Es bajarle el precio de un modo burdo al asesinato de una mujer”, le dijo la antropóloga María del Mar Ramón, de la ONG Red de Mujeres, a BigBang News.
Si fue “una cagada”, un error, ¿cuál era el plan A? “Adoctrinar, pero no eliminar”, dice Paula Giménez en un video de FiloNews. “Los femicidios son la consecuencia de una sociedad que todavía sostiene que las mujeres somos propiedad privada de los varones. Y de eso, varones del mundo, hay que hacerse cargo”. Como muestran los perritos del meme, parece que es más fácil hacerlo frente a mujeres que frente a otros varones. Se dijo en Twitter: “Nosotras experimentamos este dolor en forma colectiva y a ellos los interpela desde lo individual. ‘Yo no soy así’ .

 

3. 5G

Inesperadamente y sin mucha pompa, como dice Enrique Carrier, llegó a la Argentina el 5G: la quinta generación de tecnología móvil. Lo anunció Telecom con una gacetilla el domingo, y el martes salió en el Boletín Oficial. Por ahora, está disponible para celulares compatibles en las inmediaciones del Teatro Colón (Buenos Aires) y el Monumento a la Bandera (Rosario). 
El 5G viene a traer más ancho de banda, más velocidad de transferencia de datos. 
Se espera una velocidad de hasta 10 gigabits, cuando el 4G maneja (en teoría) hasta 100 megabits por segundo. Esto implica que el 5G sería cien veces más rápido; podría cambiar el modo de percibir el mundo. Ya está pasando: en buena parte del hemisferio norte, se está implementando desde 2019. También está pasando la famosa guerra tecnológica entre Estados Unidos y China por la infraestructura de redes.
Se espera que el 5G dé el impulso definitivo a la internet de las cosas: que, por ejemplo, mercadería embarcada en China pueda “avisar” cuando es descargada en Buenos Aires; que el stock de las tiendas se automatice; que los autos sin conductor puedan “leer” el camino con precisión, entre muchas otras consecuencias inimaginables. (¿Y si el botón antipánico activara la tobillera electrónica?).
El 5G reduce el “período de latencia”, el delay de un paquete de información para desplazarse. En el 4G, este período es de 20 milisegundos; el 5G promete llevarlo a 4. Esto lo alinea con el sistema nervioso humano: va a la velocidad de la mente. Por lo tanto, permite actuar a distancia con la misma percepción que en persona. Esto puede aplicarse a telemedicina de precisión –intervenciones quirúrgicas a distancia-, o a operar máquinas constructoras, o instrumentos musicales, o lo que te imagines, desde cualquier lugar del mundo y en tiempo real. 
¿Se volverá una excepción la acción directa, no digitalizada? No pienses en Avatar.
 
 

4. Plandemia

¿No es hermosa? Estaba pidiendo pista desde que Fabio Tarasow me contó que la había visto en un paredón de la avenida Nazca, en diciembre. Tres días después, la encontré en Ushuaia
La plandemia llegó a Argentina antes del 5G; es más, lo estaba esperando para poder funcionar mejor. Es una de las conspiranoias que asocian el COVID al 5G y a un plan para dominar el mundo; eso sí, la de mejor branding. Leí también “panmiedemia”, pero no funcionó; “plandemia” es a prueba de balas. No es nueva: plandemic ya se usó para la gripe aviar, en 2006
Esta teoría conspirativa tiene producción: se difundió en un falso documental visto más de quince millones de veces en tres días de mayo, antes de ser borrado de Facebook y YouTube. Plandemic: The Hidden Agenda Behind Covid-19 (“Plandemia: la agenda oculta detrás del COVID-19”) le da voz a la científica antivacunas Judy Mikovits; se insinúa que usar barbijo puede enfermar, y se asegura que el COVID se diseñó en un laboratorio. En agosto salió una secuela (Plandemic: Indoctornation), que se prohibió enseguida y se viralizó mucho menos. Pero las conspiranoias caen en campo fértil; la idea de la plandemia nutrió a los movimientos negacionistas, anticuarentena, antibarbijo y antivacunas de todo el mundo, que llegaron a ponerse violentos (¿te acordás de la quema de barbijos?) 
La plandemia también se engancha con QAnon (N19P03), la madre de todas las conspiranoias, incubadora de la toma del Capitolio de Estados Unidos. De ahí, derechito al protocolo de los sabios de Sión
Las teorías conspirativas son realmente una rama de la literatura; quizás la que mejor esté funcionando. “Yo tengo la sospecha de que las mismas pruebas PCR (isopos) podrian estár contaminadas con la infeccion” (sic), decía hace nueve días un tuitero anónimo. “La ficción va a terminar porque la gente va a estar abrumada por la ficción”, decía en octubre el escritor de new weird (N09P07) M. John Harrison en FILBA.
Aquí otra muestra del negacionismo fueguino (filomatero)

 

5. Semivacunado

A pesar del activismo antivacunas, la campaña de inmunización más grande de la historia avanza. Según Our World in Data, ya se aplicaron 165 millones de dosis de vacunas contra el COVID-19 en el mundo. ¿Cómo se llama a las personas que ya recibieron una dosis y están esperando la segunda? Mi amigo Martín propone “semivacunados”. Por lo que veo, no es el único: la palabra circula en tuits españoles desde enero. ¿Qué pasa con les semivacunades? En Argentina ya eran 367665 ayer a la tarde. ¿En qué limbo inmunológico están? A los efectos de la pandemia, ¿deben conservar los mismos cuidados que antes? No consigo encontrar información precisa. Por lo pronto, la OMS advirtió ayer que no hay pruebas por ahora de que la vacuna -ni media ni completa- detenga la propagación del virus, así que hasta que no esté vacunada toda la humanidad, o un número significativo, vamos a seguir saludándonos con la manito y desde lejos. Falta todavía para volver al pogo y a la cancha.
Aquí una apreciación gráfica de la semivacuna.

 

6. Criptodólares

No son dólares de la cripta. O quizás sí.
Me niego a poner bitcoin como palabra destacada, pero hay que decir que el salto de esta semana es nunca visto (sombra terrible de Unprecedented, N09P06, vengo a invocarte). Subió cerca de un veinte por ciento. En lo que va de la pandemia, se quintuplicó: pasó de 10 mil dólares en marzo a 47767 anoche. Un solo bitcoin son más de cuatro millones de pesos.
La culpa, para variar, es de (perdón) Elon Musk. Tampoco quería hablar de él, bue. El bitcoin ya venía subiendo, pero Elon Midas, como lo llaman, sumó su toque. El 19 de enero, se agregó “#bitcoin₿” en su bio de Twitter (sí, hay emoji de bitcoin) y disparó la criptomoneda un 15% en 15 minutos, de 32 mil a 37 mil dólares. Y el lunes 8, Tesla compró 1500 millones de dólares en bitcoin y lo llevó hasta US$44 mil. Así, Tesla ganó en dos semanas más de lo que había hecho en doce años vendiendo autos. No entiendo cómo es legal. 
Pero dije que la palabra era criptodólares. O stablecoins. Se la(s) escuché a Alejandro Bercovich, que el jueves habló de criptomonedas en su editorial en Radio con Vos. Eso marca que empieza a ser un tema de mayor interés público, en un país donde los ahorros se evaporan. Dice que ¡ochocientas mil! personas, el dos por ciento de la población, tienen billeteras de criptomonedas en Argentina. 
Ahora, el Bitcoin no es apto para corazones frágiles: sube y baja que da calambre. Por eso, cuenta Bercovich, siete de cada diez compran criptodólares, como DAI: “criptodivisas atadas a una moneda fuerte”. Él lo presentaba como una variante un poco más segura de las criptomonedas, y seguramente así se consideren en el resto del mundo; pero en Argentina, son un truco más para conseguir dólares y evitar impuestos. Infobae lo llama “el último mercado exento de trabas para comprar y vender dólares”. Para InfoTechnology es “el nuevo rulo”. Según cuentan, la inversión en criptodólares en Argentina se multiplicó por ocho de 2019 a 2020, y se transfirieron 50 mil millones. Alrededor de un millón de bitcoin.

 

7. Clubhouse

Otro hype de Silicon Valley: una app para conectarse a través de… audios. ¡Audios largos, justo lo que necesitábamos!
Solo palabras: después de tanta foto y videíto, me interesa. Es más bien como rebotar de sala en sala durante una megaconferencia informal (con los ojos cerrados). En cada sala hay gente hablando. Podés quedarte e interactuar por chat, o hasta decir unas palabras si te autorizan, o irte. Lalo Zanoni lo define como “un podcast en tiempo real y social”. Podcast en tiempo real… me suena… creo que en el siglo pasado teníamos una palabra para eso. Hablar sin mirarnos… también me suena.
Chistes de lado, lo que agrega Clubhouse a la vieja radio es la interacción social. El otro factor es el tiempo real: las conversaciones no se graban. Parece que en esta época de registros, el instante -la telepresencia- se revaloriza con escasez artificial. Por último, vende exclusividad (hola, “Clubhouse”), ya que se accede solo por invitación y (por ahora) desde iPhone. Parece que esa estrategia funciona: en enero levantó 100 millones de dólares de inversión de Andreessen Horowitz, y fue valuada en mil millones. Hoy tiene unos 600 mil usuaries, pero hay muches más queriendo entrar.
Elon Musk lo hizo de nuevo (puf): participó como anfitrión y fue visto por cinco mil personas (el máximo por sala). Habló de criptomonedas con Vlad Tenev, el CEO de Robinhood (N22P06, también apoyada por Andreessen Horowitz), y los fans lo streameron por YouTube. (Dijo Elon: quien controle los memes controlará el universo). 
Desde diciembre, Twitter está probando Spaces, básicamente salas de audio para tuiteres. Una respuesta al famoso “Get a room”. También Facebook está encargando un producto similar. Como dijo Ariel Tiferes en su Deili Tek, “Yo hago ravioles, ella hace ravioles”
Y China hizo lo que hace China: bloqueó a Clubhouse de sus app stores. Fue -dicen- porque a través de la app, muchas personas charlaron  -por primera vez en años- con gente en Hong Kong, Taiwán y Macao. Mucho ruido.

 

8. Aforo

Pregunta Diego Lerer desde cuándo decimos “aforo” en Argentina. Mariana Merlo responde: “Es una de las palabras de la pandemia, definitivamente. Inexplicable. CAPACIDAD, SE DICE CAPACIDAD“. Derecho a la lista de palabras pandémicas. 
Pienso en las salas de Clubhouse. ¿Podemos decir que tienen un aforo máximo de 5000 personas (¿personas o cuentas?)? Lo que se medía en metros cuadrados ahora se mide en bytes. ¿Qué es lo que limita el aforo en una clase, recital o conferencia online? ¿Será el tamaño de los servidores? ¿O pura creación de escasez artificial para espolear el mercado? 
Dice la RAE: “Aforo: 1. m. Acción y efecto de aforar (???). 2. m. Número máximo autorizado de personas que puede admitir un recinto destinado a espectáculos u otros actos públicos. 3. m. Méx. Capacidad de un barril u otro recipiente.”. 
Obviamente aquí estamos usando la segunda acepción. Pero me tuve que ir a “aforar”, y es genial: “1. tr. Dar o tomar a foro alguna heredad”. Y también: “2. tr. Determinar la cantidad y valor de los géneros o mercancías que haya en algún lugar, generalmente a fin de establecer el pago de derechos. 3. tr. Medir la cantidad de agua que lleva una corriente en una unidad de tiempo. 4. tr. Calcular la capacidad de un receptáculo.” O sea que básicamente estamos hablando de medir para cobrar. Lástima que también se lea sobre el aforo de las escuelas.

 

9. Presencialidad

Otra palabra full pandemia. Hace apenas un año, preguntar si un evento iba a ser presencial era un sinsentido, como preguntar si un concierto era acústico antes de la electricidad, si una calle era peatonal antes de los autos. Hay cosas que sencillamente no se pueden imaginar hasta que suceden. 
Incluso si ya sucedían. Las videoconferencias ya existían: Skype se fundó en 2003; en los Juegos Olímpicos de invierno 1995 se tocó la Oda a la Alegría con una orquesta repartida en cinco continentes; ya entre 1936 y 1940, la oficina de correos alemana tenía un circuito cerrado de tevé para conversar cara a cara (no pienses en un elefante rosa). Pero una teleconferencia no es una reunión. Durante un tiempo -corto- aclaramos “reunión virtual”, “taller virtual”, “clase virtual” (o remota: lo discutimos en N18P04). Y después dimos vuelta a la esquina y nos acostumbramos; lo no marcado, lo habitual, empezó a ser la interacción digital, a distancia. Así nació, como excepción, como futuro añorado que busca el pasado, la presencialidad (no presenciabilidad, por suerte).
Es un concepto muy situado. Si bien puede aplicarse a muchas cosas, cobró vuelo en la discusión acerca de las escuelas: las famosas clases presenciales. En realidad, ya se usaba en un ámbito acotado: el de la educación en línea, que necesitó definir la presencialidad como su otredad. Allí se habla también de blearning, es decir aprendizaje mixto (blended). Pero para el gran público, la (no) presencialidad llegó con la pandemia. (Y las burbujas, de las que hablamos en N07P02; la famosa Odisea Burbujas).
Antes de la presencialidad estaba el presentismo. Mi mamá suele recordar el discurso de un profesor de educación física que dio la bienvenida al secundario machacando con que cuando uno está presente, está presente. Lo cual, podríamos decir, no siempre es estrictamente cierto.
Y menos ahora. Gracias al 5G, otra palabra asoma en el horizonte: telepresencia.

 

10. Infomaterialidad

Para acabar de una vez con el asunto de lo presencial y lo virtual. Ni mundo material ni inmaterial: infomaterial.
“Hoy se cumplen 25 años de la Declaración de Independencia del Ciberespacio por John Perry Barlow. Qué lejos queda aquello de ‘aquí no hay materia y nuestras identidades no tienen cuerpo’”, tuiteó el lunes 8 Toni Navarro, especialista en tecnología y género. Y agregó: “Lo reescribimos en clave infomaterialista”. 
La declaración de Barlow, fundador de la Electronic Frontier Foundation, es un manifiesto que proclama un ciberespacio soberano, ajeno al poder político. Fue escrito en respuesta a la ley de telecomunicaciones de Estados Unidos de  1996, que buscaba regular y controlar internet. Aquí lo lee él mismo:  “Gobiernos del Mundo Industrial, ustedes, cansados gigantes de carne y acero: vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, el pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía donde nos reunimos. No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo”. 
La reescritura se puede ver acá (en Google docs 🤦‍♀️): “Gobiernos del mundo informacional (…), gigantes de datos y algoritmos, vengo del Ciberespacio, el hogar de la mente y el cuerpo. En nombre del presente, les pido que nos dejen en paz. (…) No hemos elegido ningún gobierno, menos aún uno oligárquico-empresarial”. 
El concepto de infomaterialidad es de la mendocina Alejandra López Gabrielidis: “‘Infomaterialidad’ es un intento de desentrañar las causas filosóficas, cibernéticas y patriarcales de la idea de la inmaterialidad digital y proponer una visión materialista de la información en clave feminista (…). ¿En qué medida ser conscientes de nuestra relación con los datos como una dinámica material y energética puede darnos un impulso para gestionar activa y creativamente nuestra relación con ellos, en lugar de asumir y aceptar las dinámicas que ya existen como algo inevitable?”
Eso, ¿en qué medida?