1. Turnera

“Hoy a las 14 horas abrimos la turnera para comenzar a vacunar el lunes 22, a los adultos mayores de 80 años que residan en la Ciudad”, tuiteó ayer viernes 19 a las 12.28 el ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós. Más allá de la desorganización del operativo, me sorprende lo que ha corrido la palabrita. No hay chat de whatsapp en el que no haya estado ayer. 
Martín De Ambrosio la había notado ya el 27 de enero: “Con la vacunación contra el covid llega otro neologismo: turnera (sitio para sacar turno).” Con una navegación basta para ver que el término lleva un par de años dando vueltas. No mucho más: antes, de 2018 para atrás, aparentemente se usaba “turnero” (aquí el turnero docente de CABA). ¿Será que se identificaba con un empleado que da turnos, y ahora, con una empleada?
También está la turnera diffusa, una planta más conocida como Damiana. Dicen que es afrodisíaca, igualita a las páginas web con formularios.
 

2. Vacunagate

Si estás leyendo desde Argentina, probablemente creas que elegí esta palabra por el escándalo por vacunaciones irregulares que estalló ayer y le costó el puesto al ministro de Salud. En parte. Cuando la palabra devino hashtag, entré y me encontré con que los primeros usos que aparecían no eran de Argentina; tampoco, los más frecuentes. #Vacunagate circula en Twitter desde hace rato. Arrancó muy fuerte en Perú,  con 487 “vacunados VIP” del ámbito político, empezando por el ex presidente Martín Vizcarra y su familia; ahora desaparecieron cuatro mil vacunas y el escándalo crece. En Chile también prospera, con una profesora de zumba sana y joven mostrando el certificado de su vacunación, y videos de aspirantes a carabineros haciendo fila para recibir la inyección
Ya el 30 de diciembre tuits de México hablaban de #vacunagate en relación a funcionarios que se “colaron” entre el personal médico en Coahuila; durante todo enero los medios mexicanos siguieron las vacunaciones de privilegio (este meme es del 9/1). También se habló de vacunagate en España, donde hasta los obispos se inmunizaron de forma irregular
Y, la verdad, ¿tan originales íbamos a creer que somos? En Argentina hay mucha corrupción y amiguismo, pero tampoco es que los hayamos inventado y patentado. Es cierto que les ponemos garra a la narrativa, eso sí. 
“Saltearte la cola es de las cosas más durkeimianamente ofensivas que puede pasar en Argentina”, tuiteó Mariano Canal. “Ojalá esta pulsión igualitarista se extendiera”, dijo Ezequiel Gatto.
Un mundo haciendo fila y discutiendo quién debería tener más derecho a la protección sanitaria. Qué tiempos.
 

3. Twindemia

Está bien meterle pata con las vacunas porque nunca se sabe cuándo se va a poner a circular otro virus. Desde septiembre, se advierte en el hemisferio norte sobre la posibilidad de una “twindemia” (de “twindemic”, a veces traducida como “dobledemia”): que la pandemia de coronavirus se superponga con, por ejemplo, una epidemia estacional de gripe. En enero, Sandeep Chakraborty publicó un paper titulado “Is this a twindemic?”, donde sostiene que una nueva cepa de gripe podría estar pasando bajo el radar al funcionar “en tándem” con el COVID-19. Y hoy, además, Rusia dijo que se detectó el primer caso de transmisión de una cepa de gripe aviar -la H5N8- de animales a personas. Pandemias gemelas. 2 x 1. Sopa de pandemias.
Lo bueno es que para la próxima, con suerte, podremos tener más agilizado el tema de las campañas de vacunación. Quizás. 
 

4. Jumá

El COVID-19 está terminando con algunos pueblos. En el siglo XVIII quedaban 15.000 personas jumá en la selva amazónica, en las inmediaciones del río Purús; en 1940 eran 300, y en 2002, cinco. El jueves, Amoim Aruká, el último hombre jumá, murió por coronavirus. Tenía 86 años. Lo sobreviven sus tres hijas, casadas con hombres del pueblo Uru-Eu-Wau-Wau, también con una lengua de la familia tupí-guaraní. 
La extinción del pueblo jumá es el resultado de varios procesos de exterminio, asegura la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB). Una de las tantas masacres del siglo XX ocurrió en 1964, cuando un grupo de comerciantes de Tapauá quisieron adueñarse del territorio donde vivían les jumá para explotar sorva y castaña. Contrataron a un escuadrón de mercenarios que les disparó “como si se tratase de monos”, según contaron luego. Sesenta personas fueron asesinadas y decapitadas. Amoim Aruká sobrevivió, junto a otras seis. 
Según APIB, a les jumá se les considera “pueblo de contacto reciente”, y por lo tanto debía ser protegido por “barreras sanitarias” ordenadas por la Corte Suprema Federal en julio de 2020. El gobierno de Bolsonaro dijo que las construiría, pero nunca lo hizo. 
 

5. Aunt Jemima

Hay pueblos olvidados, otros expropiados y otros explotados. No pasa todos los días que un movimiento reivindicatorio antirracista y anticolonialista llegue al mercado. Como una larga cola del asesinato de George Floyd por un policía de Mineápolis, el Black Live Matters terminó con una marca histórica en el sector de alimentos de Estados Unidos: Aunt Jemima, nacida en 1889. 
Los productos Aunt Jemima -mezcla para hacer panqueques y waffles, jarabe y otros alimentos para el desayuno- tenían como imagen a fines del siglo XIX a una mujer negra, con un pañuelo en la cabeza y una gran sonrisa: el estereotipo de la sirvienta. En cine:  Mammy,  quien le ajustaba el vestido a Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó
De hecho, se dice que el nombre “Aunt Jemima” vendría de la confusión fonética con la frase “Ain’t your mamma” (“No soy tu mamá”) que las niñeras afroamericanas les decían a las criaturitas blancas.
Bien entrado el siglo XX, la imagen era muy similar. Unos años después, pasó a ser una señora afroamericana, ya sin pañuelo; esa era la imagen que todavía se veía en góndolas hasta el año pasado. Hasta que George Floyd tuvo la mala suerte de que le clavaran una rodilla en la nuca.
Aunt Jemima fue creada en 1889 por la Pearl Milling Company y comprada en 1925 por Quaker, que a su vez fue comprada por Pepsico en 2001. En junio pasado, al calor del Black Lives Matter, Quaker y Pepsico anunciaron que iban a “transicionar” el nombre y la imagen de la marca para “alinearlos con los valores de la compañía”, y que donarían 5 millones de dólares “para apoyar a la comunidad afroamericana”.
La noticia ahora es que la nueva marca ya está aquí, y es… vieja. El nombre elegido es Pearl Milling Company. Sin figuras humanas. 
Esta no es la única marca “en transición”: hay muchas otras, como “Beso de Negra” (Nestlé, Colombia). No es el caso de “Conguitos” (España), que dice buscar “una imagen de alegría”.
 

6. Feminazi

“Para una vez que sale una feminazi de verdad y nadie la llama así”. Me causó gracia este tuit de Lordo. Es verdad: esta semana vimos una auténtica feminazi, es decir una nazi mujer. No le digo nazi yo eh, lo dice ella, así que ese es el nombre que le cabe, aunque en La Nación la hayan llamado “influencer fascista” (después hubo tanto escándalo que lo dejaron en “referente de la ultraderecha española”). Perfil directamente la llama “influencer nazi”. No voy a linkear su discurso, porque me da bronca y no quiero darle de comer, que se agrande y empapele su habitación de estudiante con nuestras palabras. Pero bueno, ahí está, hay auténticas feminazis sueltas y meten mucho miedo. Nazis en el sentido de reivindicar el genocidio judío, por las dudas. Desde acá lejos se ve muy complicado España, como si abrieran todas las cloacas al mismo tiempo. 
 

7. Hasél

España arde: van cinco noches de protesta tras la detención de Pablo Hasél, un rapero catalán que canta en contra de la monarquía. La policía se lo llevó el martes de la Universidad de Lérida, donde se atrincheraba. Desde 2014, acumula condenas que suman más de cinco años de prisión por “enaltecimiento del terrorismo”, “calumnias e injurias contra la Corona” y “calumnias e injurias contra las instituciones del Estado”. Había recibido un ultimátum de la justicia para presentarse a cumplir nueve meses, pero se negó, así que lo fueron a buscar. Y desde entonces no hay paz en España. Bueno, antes tampoco había.
El caso reaviva los debates por la libertad de expresión. Joan Manuel Serrat, Pedro Almodóvar y Javier Bardem encabezan una solicitada en defensa de Hásel firmada por más de 200 artistas: “El Estado español se está equiparando a países como Turquía o Marruecos, que también cuentan con varios artistas encarcelados por denunciar los abusos que se cometen desde el Estado. (…) Somos conscientes de que, si dejamos que Pablo sea encarcelado, mañana pueden ir a por cualquiera de nosotros, así hasta conseguir acallar cualquier suspiro disidente”. 
“Odiar el racismo, el machismo, la homofobia o el imperialismo no debería ser delito”, decía Hasél en una entrevista en 2018. “Debería serlo incitar al racismo, a la homofobia, al machismo… El delito de incitación al odio debería defender a los oprimidos y no a los opresores”. Y cerraba: “No voy a defender la libertad de los fascistas”. Así comienza su última canción: “Oye tirano, no sólo hay para tu padre,/ que el grito republicano, tu tímpano taladre. / Al oprimido amo, odio el reinado opresor, / que coma tu familia del contenedor.”   
Hásel es un nombre autoelegido. “Hace muchos años, en la biblioteca, leí un libro de cuentos cortos de literatura árabe. Había un personaje, un guerrillero, que ejecutaba a una monarquía”, contó. “No recuerdo el nombre completo, pero una parte era Hasél. Me lo quedé”.
 

8. Seiko

Las palabras pesan, acá y en Japón.
“Creo que los Juegos Olímpicos han formado siempre parte de mi vida. Mi padre fue a ver la Ceremonia de Apertura de Tokio 1964 en el Estadio Nacional. Allí soñaba con que su niña se convirtiera en Olímpica en el futuro, así que me dio el nombre de Seiko, que viene de ‘seika’, lo cual se traduce como ‘llama olímpica’ en japonés.” Hay que decir que la narrativa que le armaron a Seiko Hashimoto está muy bien. Este es un fragmento de la entrevista que el sitio oficial de Tokio 2020 (¿2021?) publicó ayer para presentar a la nueva presidenta de su comité organizador. Eso sí, la versión del significado del nombre, andá a chequearla; lost in Translation. No importa: etimología no es destino (no más que el deseo de un padre japonés). Hashimoto es patinadora y ciclista, la competidora olímpica japonesa récord (cuatro juegos de invierno y tres de verano, entre 1984 y 1996). Luego fue concejala, ocupó diversos cargos públicos y desde 2019 era la ministra a cargo de los Juegos Olimpicos y Paralimpicos de Tokio, ministra a cargo de Empoderamiento de la Mujer y ministra de Estado para la Igualdad de Género.
Desde el jueves reemplaza a Yoshiro Mori, ex primer ministro del país que presidía el comité olímpico hasta que habló de más. En una reunión donde se discutía si llevar la participación de mujeres en el comité de un 20 a un 40 por ciento, dijo: “Si aumentamos el número de mujeres en la junta tenemos que regular el turno de palabra de algún modo o, si no, no terminaremos nunca”.
En el segundo episodio del podcast Hablando mal y pronto, les lingüistas María López García, Juan Eduardo Bonnin y Santiago Kalinowski se meten con el mito de que las mujeres hablan más que los hombres y lo desarman: no solo no tiene ningún basamento científico, sino que además está probado que en ámbitos públicos los hombres hablan mucho más que las mujeres, incluso interrumpiendo, incluso de lo que no saben. Y algunas veces se van de boca.
 

9. Contenido

Escribió Marin Scorsese. “El arte del cine está siendo sistemáticamente devaluado, marginado, degradado y reducido a su mínimo común denominador, el ‘contenido’. Hace tan sólo quince años, el término ‘contenido’ sólo se oía cuando se hablaba del cine a un nivel serio, y se contraponía y medía con la ‘forma’. Luego, poco a poco, fue utilizado cada vez más por las personas que se hicieron cargo de las empresas de medios de comunicación, la mayoría de las cuales no sabían nada de la historia de la forma de arte, ni siquiera se preocupaban lo suficiente como para pensar que debían hacerlo. ‘Contenido’ se convirtió en un término comercial para todas las imágenes en movimiento: una película de David Lean, un video de gatos, un anuncio del Super Bowl, una secuela de superhéroes, un episodio de una serie. Se vinculó no a la experiencia en el cine, sino al mirar en casa, en las plataformas de streaming que han llegado a superar la experiencia cinematográfica, al igual que Amazon superó a las tiendas físicas. Por un lado, esto ha sido bueno para los cineastas, incluido yo mismo. Por otro lado, ha creado una situación en la que todo se presenta al espectador en igualdad de condiciones, lo que suena democrático pero no lo es. Si los algoritmos ‘sugieren’ que se sigan viendo las películas basándose en lo que ya se ha visto, y las sugerencias se basan únicamente en el tema o el género, ¿qué hace eso al arte del cine? (…)
Las películas que llegaron a estas costas gracias a los esfuerzos de estos [como Amos Vogel] y otros distribuidores, curadores y exhibidores constituyeron un momento extraordinario. Las circunstancias de ese momento han desaparecido para siempre, desde la primacía de la experiencia teatral hasta el entusiasmo compartido por las posibilidades del cine. (…). Me siento afortunado de haber sido joven y estar vivo y abierto a todo ello mientras sucedía. El cine siempre ha sido mucho más que contenido, y siempre lo será, y los años en que esas películas salían de todo el mundo, dialogando entre sí y redefiniendo la forma de arte semanalmente, son la prueba.”
 

10. Marte

“Hoy aterriza Perseverance, la nave del nombre épico, en Marte. Palpita mi viejo tatuaje marciano de Byron/Bradbury”, dijo el jueves Macky Chuca. En medio de los barbijos, las polémicas y la mugre, millones acompañamos el amartizaje en vivo de la Perseverance tras siete meses en el espacio.
Qué viejo suena el futuro. Los astronautas son como marcas del siglo XX. Hasta que un robot nos manda fotos de Marte y la NASA nos invita a seguir su localización.
Pregunta mi hija si las fotos las manda por mail. En serio, ¿cómo las manda? ¿Qué satélite las transmite a través de 54,6 millones de kilómetros?
Lo mismo le preguntan a la Perseverance. Porque la nave habla en redes sociales; dice cosas como “Hola, mundo. Esta es mi primera mirada a mi hogar”. El equipo de escritura y contenidos de la NASA, por qué no.
No hay cómo pensar en Marte sin la ciencia ficción. Sin Bradbury. “En la segunda expedición de Crónicas marcianas, uno de los astronautas recita a Byron mientras todos contemplan la ciudad desolada. ‘So we’ll go no more a-roving…’. Que las naves que enviamos se llamen ‘rovers’ me hace temblar un poqui”, decía Macky Chuca. En  2012 escribía: “Sigo enamorada de esa página en la que un escritor lleva volando a un poeta de otro siglo a una avenida embaldosada en Marte. Ahora algo dentro de mí llora a través del tiempo. El cuento se llama ‘Aunque siga brillando la luna’, fue publicado por primera vez en 1948 y está ambientado en junio de 2001. El poema es de Byron. Once años después de que el capitán y Spender y Biggs hayan sentido el viento marciano, es otra vez verano, y miro la página en la que el tiempo se transforma en un extraña cinta de Moebius. El aire se agita en torno a las palabras.”
Espacio y tiempo. Pasaron otros nueve años; estamos en plena era imaginada por Bradbury. Tal como él vio, avanza la conquista; hemos puesto en Marte otro robot y unos cuantos memes (elegí, ¿napolitano o estadounidense?). A Spender no le gusta esto.