10. Zarpe

Pero qué afortunades fuimos. 
Me voy a permitir ponerle espacios a estas palabras que escribió de corrido Gabriela Cabezón Cámara el miércoles. Espero de corazón que no le moleste. 

Jugabas con todo, como quien 
baila la fiesta más esperada, la 
del final de la guerra, la de la cosecha, la de 
la prosperidad de los siempre postergados, 
Diego; 
bailabas 
una fiesta que hubiéramos querido interminable porque ese genio cachorro de tu arte, Diego, esa alegría 
fuerte 
de tu cuerpo danzante, de tu boca ingeniosa, de tus patas con ansias de justicia, de tu cuerpo 
de baile de milagro, Diego, nos incendiaba 
el cuerpo, 
y nos unías, 
nos fundías en un cuerpo ardiente a todos 
juntos, Diego, en tu alegría 
que era la nuestra, la del artista del pueblo. 

todo eso que hacías en la cancha 
que no era necesario, que era 
puro lujo, 
Diego, 
nos hacía 
un pueblo que largaba todo para ponerse a bailar. Eras 
un lujo, Diego, y un zarpe. 
Un pliegue 
de la vida dura que albergaba la fiesta y se aferraba ahí, 
porque cuánto cuesta vivir, Diego, 
y cuánto morir y cuánto 
tocar el cielo con las manos y que se te llene todo 
de caranchos. Te atravesaba un río, Diego, te atravesaba 
un río: 
el de los artistas grandes, el de los que no se ahorran nada, el de los que se brindan 
hasta romperse, Diego, el de los que pueden 
crear una fiesta del pueblo 
porque son el pueblo, Diego, y por eso 
la fiesta y por eso 
brindarse hasta el final y por eso 
el delirio, Diego: a los pueblos 
no nos gusta la austeridad. Te atravesaba 
un río, Diego, un imposible Riachuelo cristalino, y a veces 
te llevaba al mar, te maremoteaba, te partía de un tsunami y 
qué desastre, Diego, que tristeza 
era verte desastrado, saberte roto y a veces 
peor, 
rompedor, 
qué tristeza 
las estrellas estrelladas. 
Te lloramos, Diego, estamos llorando 
porque queremos ser ese pueblo mojado y feliz de bailar con vos otra vez.