5. Fatwa

Anclado en 1990. “Rushdie quiso creer que la amenaza había quedado en el pasado, pero el puñal lo estaba esperando”, titula Hinde Pomeraniec en Infobae. La bajada: “El escritor británico de origen indio fue atacado el último viernes cuando se preparaba para brindar una conferencia en Nueva York. Resulta inquietante saber que Hadi, el agresor, ni siquiera había nacido cuando el Ayatollah Ruollah Khomeini lo condenó a muerte por haber escrito Los versos satánicos”. 
El puñal lo estaba esperando. 
Me acuerdo de La última noche en Twisted River, donde John Irving dibuja una vida amenazada desde el inicio por aquello que finalmente la alcanzará.
Pienso en los universos proliferantes de las novelas de Rushdie: las estrellas pop de El suelo bajo sus pies; las genealogías infinitas de El último suspiro del moro; los dioses vengativos de Dos años, ocho meses y veintiocho noches.
El 14 de febrero de 1989, el ayatollah Khomeini emitió la fatídica fatwa: “un pronunciamiento legal en el Islam, emitido por un especialista en ley religiosa sobre una cuestión específica” (Fundéu recomienda la forma castellanizada “fetua”). Se leyó por Radio Teherán: “Hago un llamado a todos los musulmanes valientes, dondequiera que estén en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo”.
“El edicto de la teocracia shiíta funcionaba como amenaza para el escritor pero también para sus editores y todos aquellos que participaran de la divulgación de la obra”, recuerda Pomeraniec. “El traductor italiano, Ettore Capriolo, fue apuñalado en Milán (…). El coche de William Nygaard, el editor noruego, fue acribillado a balazos. El traductor japonés, Hitoshi Igarashi, él mismo convertido al Islam, fue asesinado…” La lista sigue. 
“Irán va a expedirse sobre el ataque a Rushdie?”, preguntaba ayer Ezequiel Kopel. “No es que haya sido la acción de un loquito suelto: el fundador de la República Islámica promulgó la sentencia y su sucesor (y actual líder) la renovó”. 
Rushdie sigue conectado a un respirador.