8. Obituario

Me van a disculpar: recién hoy entendí “obituario”. Las palabras están ahí desde siempre, como la carta robada de Poe en el tarjetero; es cuestión de verlas nomás. De que te miren. Hoy vi que elDiario.AR difunde un obituario del actor Carlos Calvo (tuve que ir a fijarme si se decía “obituario de”, u “obituario sobre”; una persona muerta no es del todo una persona, supongo). Lo primero que pensé fue qué cosa, cómo sobreviven los géneros del siglo veinte en los medios del veintiuno. Lo segundo fue acordarme del comienzo de Kryptonita, la novela de Leonardo Oyola: 
Obitó.
Parece japonés.
Obitó.
Hasta suena gracioso. Y es todo lo contrario.
Obitó.
Cinco letras. Una palabra. Una acción terminal para pronunciar la peor noticia que puedan llegar a recibir.”

A mí “obitó” me hace pensar en Obi-Wan Kenobi. Y también en “ósculo”, una palabra rarísima para decir beso. El ósculo del óbito.
El jueves me tomó por sorpresa la noticia -vieja- de la muerte de un conocido -joven-. Se llamaba Gonzalo Martínez Luchinetti y era, creo, un hombre bueno. Un gran sonreidor. Lo conocí no tanto pero en un momento clave, cuando estaba entrando al mundo de las economías colaborativas, y él fue cálido y generoso. Me acuerdo -qué pavada- que me enseñó a usar el celu como emisor de wifi, un sábado a la tarde, en un Starbucks de Colegiales (junto a Laura Cerioni, que murió en 2016). Gonzalo murió hace casi un año, me enteré de casualidad en Facebook, ese paseo del pasado. Conocí así el modo “In memoriam” de Facebook; esta semana, las personas que querían a Gonzalo lo saludaron por su cumpleaños.
Y ahora pienso que “obituario” me llamó la atención porque en las redacciones que transité se decía “necrológica”. Lo bueno de las necrológicas es que usan los tiempos del pasado para referirse a quien se fue. Es un dolor en camino al alivio. Y a quienes leemos -y escribimos- nos queda lo que hacen los vivos, como decía Marie Howe.