5. Veranito

El mismo domingo, La Nación titulaba: “Dólar. Cuánto puede durar el ‘veranito’ cambiario de la semana pasada”. No era una pregunta. A continuación, citaban a cuatro consultores económicos y analistas financieros que decían que conviene bajar impuestos, que conviene mantener los impuestos, que la ven difícil y que es más complejo. 
Me encanta la palabra “veranito”, sobre todo cuando coincide con días de 24 grados y humedad relativamente baja en Buenos Aires. Circuló toda la semana, y trae tantas cosas en su diminutivo. Ese aire de condescendencia, de paternalismo: un veranito es algo bello, placentero y efímero. No es como una primavera, la árabe por ejemplo, algo que nace; no, es algo que hay que aprovechar porque dura poco. Carpe Diem. Y hay como un goce sádico en ese “disfrutalo mientras puedas”, un “ya se te va a terminar”. Por otra parte, este uso del término pulveriza la falsa grieta entre amantes del invierno y del verano. Si el invierno fuera bueno, hablaríamos de un “inviernito” cambiario. Nunca lo vi. 
Otra frase linda de la misma nota es “paz cambiaria”. Como si la política monetaria fuera una guerra, o mejor, un estado en guerra, haciendo la analogía con la pax romana. La famosa patria financiera.