8. Kirikocho

En el fútbol, como en la vida, hay mil formas de desearle mala suerte a un rival, o “mufarlo”. Una amiga me contó que cuando sus hijos se juntan con los amigos a ver los partidos gritan “¡Kirikocho! (O “¡Quiricocho!”).
“Kiricocho” es una especie de conjuro mágico que  provoca que al rival le salgan un poquito mal las cosas. A comienzos de los ‘80, en el club Estudiantes de La Plata había un hincha famoso por ser mufa; se llamaba Juan Carlos pero le decían Kiricocho. El caso es que cada vez que el tipo iba a un entrenamiento, algún jugador se lesionaba. 
Carlos Bilardo era el entrenador del equipo y, siempre muy cabulero, se le ocurrió que la “mala vibra” de Kiricocho los podía ayudar. Así, al desafortunado hincha le fueron asignadas dos tareas en cada partido que el Pincha jugaba de local. Primero, iba a recibir al club rival haciéndose pasar por simpatizante de ese equipo y, después, se daba una vuelta por la tribuna visitante para esparcir su supuesta magia negativa. Al parecer, ese ritual les funcionó de maravillas.
“Kiricocho era un muchacho de La Plata que siempre estaba con nosotros, y que como ese año salimos campeones (en referencia a 1982) lo adoptamos como amuleto”, dijo Bilardo una de las pocas veces que habló del tema, según cuenta Andrés Burgo. En los siguientes años, el nombre de Kiricocho comenzó a esparcirse por nuestras tierras y también por el mundo, a medida que los jugadores argentinos continuaban sus carreras en otros países.
Circulan muchos relatos sobre el poder de Kiricocho. El año pasado, en la final de la Eurocopa, Italia le ganó por penales a Inglaterra. Comentaristas adjudicaron el triunfo a los remates eficaces que patearon los italianos y elogiaron la atajada magistral del arquero. Lo cierto es que el defensor Giorgo Chiellini, abrazado a sus compañeros, decidió invocar a Kiricocho en el momento en el que el británico Bukayo Saka estaba por patear su penal, que se convertiría en el último del juego. El disparo fue atajado e Italia se consagró campeona de Europa. Creer o reventar.
Por Ivana Mondelo